Para conservar las buenas costumbres, el portero de una vecindad cobra por cada grosería que dicen los inquilinos. El dinero sirve para la fiesta anual. Una solterona visita a una modista que vive en la vecindad, y tropieza con el dueño, que ha decidido no permitir la fiesta. Los vecinos no se resignan y fingen un sepelio que luego convierten en festejo. El dueño lo descubre, pero le agrada el ambiente y se enamora de la solterona...