Érase una vez un imperio en el que nunca se ponía el sol. Ese imperio tenía una corte. Esa corte tenía un rey, pero ese rey no tenía heredero. Casan al rey, que entiende que lo de copular es un deber de estado y lo intenta con ejemplar dedicación, pero no le sale. Toda la corte, desde la nobleza hasta los bufones, se pone manos a la obra, sin escatimar medios ni métodos, para lograr el heredero deseado.